La fe del papá Juan: un legado que no se detiene

Nadie en la familia sabe con certeza cuándo nació esa fe tan firme en el corazón del papá Juan. No sabemos si fue en su niñez, en medio de las pruebas de la vida, o si simplemente fue algo que creció con él, de manera silenciosa, como crecen las raíces más profundas. Lo cierto es que su devoción marcó a todos los que tuvimos la dicha de conocerlo.

El papá Juan no necesitaba hablar mucho de su fe. La vivía. La transmitía con gestos sencillos, con su respeto profundo por las tradiciones, con su forma de prepararse para Semana Santa, con su recogimiento durante las procesiones, con sus silencios cargados de oración. Era un hombre de espíritu firme, pero de corazón humilde. Y eso se sentía.

Sin darnos cuenta, su manera de vivir la fe se convirtió en una herencia. No escrita. No impuesta. Una herencia que se pasó de generación en generación, como una luz que no se apaga. Hoy, sus hijos, nietos, bisnietos y hasta tataranietos continúan ese legado. Siguen saliendo en procesión, siguen reuniéndose como familia, siguen sintiendo en el corazón que hay algo más grande que nos une: el amor, la fe y la memoria viva del papá Juan.

Porque aunque él ya no esté físicamente, su presencia sigue guiando cada paso. Está en cada vela encendida, en cada canto de Semana Santa, en cada gesto de unión familiar. Su fe no terminó con él… su fe empezó con él, y sigue viva en todos nosotros.