Mi mamá Yolita, mi adorada abuelita, siempre me transmitió mucho amor, cariño y una profunda tranquilidad. Adoraba visitarla todos los domingos. Conversábamos por horas y me contaba historias hermosas que guardo con mucho amor en mi corazón.
Una de esas historias, que siempre recordaré, ocurrió cuando ella tenía apenas 11 años. Estaba en la casa de la calle Beaterio, junto al papá Juan —mi bisabuelo—, cuando de pronto una mujer apareció subiendo la calle montada en un burrito, gritando de dolor y pidiendo auxilio. Nadie la ayudaba… hasta que el papá Juan, con ese corazón tan noble que siempre tuvo, salió en su auxilio.
La mujer era una comerciante que cruzaba el puente Bolognesi trayendo mercadería a los tambos, y estaba embarazada, a punto de dar a luz. Mi bisabuelo la bajó del burrito con cuidado y la llevó a casa. Allí, la atendieron con dedicación y la mujer dio a luz a un niño, justo en la casa de Beaterio. Mi mamá Yolita fue su ayudante, siguiendo cada indicación del papá Juan, cuidando a la madre y asegurándose de que el bebé naciera sano.
La mujer, profundamente agradecida, quiso retribuirles el apoyo, pero el papá Juan no aceptó nada a cambio. Sin embargo, antes de marcharse, tras quedarse varios días en casa recuperándose, le dijo algo especial a mi abuelita:
—"Te dejo un regalito, pero quiero que mañana, cuando ya no esté, te mires el pecho frente a un espejo, justo a la altura del corazón."
Mi mamá Yolita, algo asustada, esperó. Al día siguiente, hizo lo que la mujer le había dicho… y ahí estaba: una pequeña marquita blanca, justo sobre su corazón. Nunca antes la había tenido. Ese fue el regalo que le dejó aquella mujer, símbolo quizás de gratitud, de bendición… o tal vez de algo más profundo y misterioso.
Desde entonces, esa historia vivió en el corazón de mi abuelita, como un recuerdo imborrable de generosidad, valentía y de un lazo invisible que une a quienes ayudan sin esperar nada a cambio.