Los carnavales en la familia Quiroz siempre estuvieron llenos de alegría y tradición. La celebración comenzaba días antes, cuando se preparaba la famosa chicha blanca de la tía Guillermina, una bebida especial hecha con frutas, refrescante y única, esperada por todos.
El ambiente festivo lo encendía la tía Julia, quien era la primera en comenzar el juego: salía con una sonrisa pícara y un balde de agua, dispuesta a mojar a los varones de la familia. Entre risas, carreras y gritos alegres, el espíritu del carnaval se hacía presente con toda su fuerza.
Al final del día, ya empapados y felices, todos se reunían para compartir la deliciosa chicha blanca. Era más que una bebida: era el símbolo de una familia unida, de momentos compartidos, y de una alegría que se transmitía de generación en generación.