🎵 El Miserere de las hermanas Quiroz

En las noches solemnes de Semana Santa, cuando el silencio se volvía oración y la calle se convertía en templo, había un momento que todos esperaban con el alma en vilo: el canto del Miserere. Eran mis tías, Yolita y Julia, quienes se encargaban de entonarlo. Dos voces distintas, pero hermanadas por la fe, se alzaban en la penumbra con una fuerza suave pero conmovedora. Cantaban desde el corazón, sin micrófonos, sin partituras, solo con el eco de la tradición y la emoción contenida de quienes saben lo que están cantando. El Miserere, ese salmo de arrepentimiento y entrega, sonaba distinto en sus voces… más íntimo, más humano, más nuestro. Los vecinos callaban. La procesión se detenía por unos segundos. Y todos sabían que ese momento era sagrado. No era solo un canto: era un rezo compartido, una herencia de fe que pasaba de generación en generación a través de sus gargantas firmes, y sus corazones encendidos. Hoy, si cierro los ojos, todavía puedo escuchar sus voces mezcladas con el incienso, el murmullo de la procesión y el aroma a velas. Porque cuando cantaban mis tías, no solo se escuchaba el Miserere. Se escuchaba el alma de la familia Quiroz.