En cada familia hay detalles que la hacen única, gestos pequeños que se convierten en símbolos grandes. En la nuestra, uno de esos gestos venía de papá Juan, el corazón firme y sereno del legado Quiroz. Papá Juan no solo era quien decidía la hora de la procesión —también tenía su propia forma de preparar el camino del Señor. Con dedicación y paciencia, él mismo hacía las velas que alumbraban la imagen sagrada en Semana Santa. Pero no eran velas comunes. Eran velas verdes. Verdes como la esperanza. Verdes como las huertas de antaño. Verdes como el alma tranquila de quien confía en el camino de Dios. A los niños nos llamaba la atención ese color. Era diferente, especial. Y aunque no entendíamos del todo por qué, sabíamos que esas velas tenían un sentido. No eran solo luz, eran tradición. Eran parte del sello de la familia. Hoy, cada vez que veo una vela encendida —y más aún si tiene un tono verdoso— no puedo evitar sonreír y pensar: esa es una vela como las del papá Juan. Y así, en cada llama, su legado sigue iluminando nuestras vidas.